Es una de tantas variantes del dibujo con lápiz de color. El pastel se obtiene empastando el pigmento en polvo con agua mezclada con diferentes sustancias según el color y dureza deseados (por lo general agua de cocer cebada o lino, goma arábiga y jabón de Marsella). La intensidad del color varía según las proporciones del pigmento y las sustancias diluyentes empleadas. La pasta se moldea en forma de cilindros y se deja secar. Los pasteles pueden ser blandos, semiduros y duros, estos últimos suelen estar tratados con cera. Las gradaciones del tinte se obtienen añadiendo arcilla blanca; para los rojos se usa bolo armenio; para los tonos oscuros la hematita negra. Dado que el pigmento tiene un coste elevado en relación con el de las sustancias diluyentes, el pastel que se encuentra en el comercio suele ser descolorido, bien distinto de la delicadeza de tonos característica de esta técnica.
Emilio Farrujia de la Rosa
El pastel se puede emplear sobre cualquier superficie que sea lo bastante áspera para retener una parte del color aplicado con una ligera presión. Existen papeles «vidriados» preparados a propósito para el pastel que se pueden usar también sobre tejido de grano fino. El difuminado efectuado con los dedos facilita la fusión de los tonos y permite crear delicadas gradaciones cromáticas. La grasa natural de la mano contribuye a que se adhiera el yeso al papel sin hacerle perder su opacidad. Para evitar los brillos, como no es aconsejable usar papeles brillantes que aumentarían la fragilidad del pastel, hay que limitar al máximo los retoques. Así, pues, requiere el pastel decisión y seguridad en el trazo por parte del artista.
Para garantizar la duración del pastel es necesario, además de trabajar en superficies granulosas, fijarlo rociando el dorso con leche, agua, goma, etc.
Ya que es muy difícil limpiar los pasteles, conviene tomar precauciones previas que garantice su conservación.
En general se usan los mismos criterios que para el dibujo, procurando no superponer directamente a la superficie del pastel papeles u otros objetos que pudieran llevarse por roce parte de la materia colorante.
El pastel, usado ya en los siglos XV y XVI, servía para dar el toque final con color a los retratos realizados con otras técnicas (punta de plata, sanguina). Sólo Hans Holbein el Jove lo usó sistemáticamente en numerosas obras.
En el siglo XVIII alcanzó su máxima difusión, siendo preferido para los retratos. Los colores dedicados y un poco fríos del pastel respondían plenamente al gusto Rococó, al tiempo que la rapidez de ejecución satisfacía el amor al apunte que permite captar la fugacidad del instante.
Las dimensiones reducidas, debida a la dificultad de cubrir con color grandes superficies y por otro lado su carácter de técnica intermedia entre el Dibujo y la Pintura, facilitaron posteriormente el uso y la difusión del pastel.
En los siglos XIX y XX se empleo esporádicamente y sólo cuando esta técnica se presentaba como la más apta para representar un tema determinado. Tal es el caso del retrato de George Moore de Maet (Nueva York Museum) donde los trazos del pastel de vivos colores contrastantes expresan la psicología del personaje.
Técnica el pastel
Un pastelista excepcional fue Degas, porque rompió la tradición de superficial delicadeza y luminosidad que el pastel había heredado del siglo XVIII. Degas renovó los temas, sacando el pastel del ámbito limitado del retrato al que estaba confinado, y la técnica, aplicando el pigmento en capas sucesivas que fijaba con un preparado cuya fórmula no conocemos. Así llegó a evitar la granulosidad del pastel y a conservar el brillo del color. Además usaba un tipo de lápices con mucho pigmento y pocas sustancias de relleno, superando por tanto los efectos limitado del pastel tradicional.
Otros impresionistas usaron también el patel en algunas ocasiones, solo o con lápices de colores y acuarela (Renoir, Pissarro, Berthe Morisot, Sisley)
(Corrado Maltese. «Las técnicas artísticas»)